jueves, 25 de noviembre de 2010

Las mil y una noches en Beyrouth

Una Cena

Esta mañana recibimos la invitación para una cena en casa de unos amigos, después de pasear todo el día, llegamos a la casa y nos preparamos sin más. Al fin y al cabo estamos de vacaciones. Llegamos rápido, parece que somos vecinos.

El apartamento es muy moderno, pero parece decorado por una loca mayamera. Mucho cristal en vitrina, mucha madera laqueada blanca, velas perfumadas, luz indirecta (casi no nos vemos), palmeras y colores brillantes en los muros. Estamos en el estampado de una camisa VERSACE pero diseñada por Donatella. Y lo sé porque me pican los ojos.

Se respira ese aire vicioso de las relaciones comprometidas, de intereses, de necesidades, de dependencia y de trueque. No sé si es porque las ventanas panorámicas están cerradas y el aire condicionado al máximo, aunque estamos en un piso doce y frente al mar. O porque estamos rodeados de hombres de negocios.

Sobre el muro más grande del salón, están colgados dos enormes cuadros que representan a dos monstruos. Visten tunicas de terciopelo y encajes bordados en hilo de oro. Son finos pero no elegantes. Sus cabezas llenas de verrugas largas como pequeños bracitos, que crecen a los lados de la cara, delante de las orejas.

Los dos miran en la misma dirección, en dirección de la puerta. Cómplices, como queriendo decir: hemos visto pasar a muchos por aquí. Me recuerdan esos retratos antiguos con los ojos vacíos de las películas de misterio, donde siempre hay un observador escondido, testigo de un crimen o de un adulterio. Pero estos monstruos tienen una mirada diferente, viciosa, ojos complices que saben lo que buscan. Una mirada acostumbrada a todo tipo de aberraciones. Parecen más bien espejos…

La situación ha estado muy rara desde el principio, porque el que invita no es el dueño de la casa, y aunque invita no quiere que nadie lo sepa. Así que para todos, el que invita es el dueño, que además, quiere montar un restaurante y necesita un inversionista (el que invita de verdad) y unos consejitos del experto… (Por eso nos invita)

Los anfitriones me recuerdan a Gastón a Ricky y a Willy, trío de personajes del pasado con historias nada simples y aquel apartamento de playa donde solíamos ir a pasar el fin de semana entre “amigos”. Entrar en el apartamento es suficiente para saber que esto ya lo he vivido antes y sin necesidad de ir tan lejos, en La Guaira misma.

Nos sentamos y comenzamos a jugar el típico ping-pong de preguntas y respuestas. Esta noche somos tres libaneses, un chipriota, dos kuwaitís, un francés, un venezolano y una chica siria que aunque interesante está como para decorar. Así que las preguntas van y vienen, los temas son los favoritos de los adultos : la política, la economía y el comercio. El francés se tomó dos whiskys de aperitivo, está como crispado, yo me dejo embriagar lentamente por un Pink Flamingo que está en su punto.

Después de un rato llaman a la puerta, es el deliveri. Pienso : Toda esta puesta en escena y terminamos cenando comida hecha en otra parte…, comida comprada? Una docena de azafates en plástico imitación madera con bordes y asas doradas son colocados graciosamente sobre una mesa ovalada, donde ya esperaban los cubiertos de plata y las copas de cristal bronceado.

Podemos pasar a la mesa, dice el anfitrión… Es un self-service, una a una desaparecen las tapas de los contenedores y por fin se va el olor del perfume de las velas, el apartamento frío se impregna esta vez, aunque por poco tiempo, de un ambiente calido y un perfume delicioso.

Es comida kuwaití, pescado, cordero, aves y algún otro animal de huesitos pequeñitos que no quiero saber, todo acompañado de cuatro variedades de arroz. Yo me quedo con el pescado que al parecer es todo un acontecimiento porque solo se consigue entre el Eufrates y el Tigris y además de raro es delicioso… Asi que mientras como me paseo por la historia de esos lugares ancestrales.

Nunca pensé que podría combinar y comer diferentes variedades de arroz en una misma cena… Lo que aprendí : mientras mas largo mejor… aunque eso ya lo sabia… El mejor y mas perfumado, un arroz fino y largo, que parecía unos vermicelis.

El tema de conversación durante la cena, Chavez y las Misses, cuanto orgullo. Luego de algunos intercambios neutrales y desinformados (los mios) todo vuelve a la normalidad y pasamos a los temas que nos interesan… cuanto ganamos el ano pasado y sobre todo cuanto vamos a ganar con los nuevos negocios…

Ya en el climax de la noche y sorprendido por el encuentro de todos esos nuevos-viejos mundos de sabores, después de repetir varias veces, me doy cuenta que los interminables azafates todavía por la mitad, permenecen tibios. Llegaron los postres, una bandeja de masitas blancas y otras color caramelo, miles de delicias acomodadas cuidadosamente, unas cubiertas de pistacho, otras de nueces, otras simplemente de miel o sirop, otras glaseadas con azúcar perfumada… todas absolutamente empalagosas. No como sino una.

La cena casi llega a su final, no sin antes retomar el tema de las negociaciones. Los detalles del concepto de un restaurante mediterráneo nos son revelados. Al fin sabemos por que estamos aquí, los consejos del conocedor son requeridos y yo me siento como en una narración de “Las mil y una noches” entre marajas, eunucos, odaliscas y pachas.

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